lunes, 19 de enero de 2009

Estimada Señora Directora General:

Soy un ciudadano perfectamente normal y en plena posesión de sus facultades físicas y psíquicas, lo que demostrará la coherencia de las líneas presentes y confirmaría mi lógica y aun amena conversación, en el caso hipotético de que se aviniera a compartirla con quien suscribe la nota que a continuación redacto por consejo de mi terapeuta y, la verdad, porque tengo la certeza de que mi caso merece una revisión.

Felizmente instalado en los treinta y cinco años de mi edad, hijo, esposo, padre, trabajador, vecino, amante, consumidor y hasta cibernauta ejemplar(es), encuentro desproporcionada la sanción de que soy objeto, puesto que sólo se me acusa de no poseer el talento o la resignación bastantes para sobrellevar las adversidades pequeñas: he sabido sufrir la ruptura con mis anteriores parejas, mi alergia, algún despido y hasta la pérdida definitiva de seres queridos con una entereza que ha sido causa del asombro de otros muchísimos seres que, en calidad de testigos y fedatarios de cuanto expongo, suscriben también estas líneas.

Pero que deje de escribir un bolígrafo, la falta de papel higiénico en el baño, los departamentos de atención telefónica al cliente, los cuadros y los renglones torcidos, la imposibilidad de retirar la cáscara insidiosamente adherida a un huevo cocido, el así llamado “fenómeno botellón” o el profiláctico que, algo pasado de fecha, no se desarrolla longitudinalmente con la diligencia necesaria, definitivamente fomentan en mí tendencias homicidas de las que ni puede ni debe considerárseme responsable.

Hay personas que serían capaces de asesinar por causas grandes y abstractas y sustantivas, por codicia, por heroísmo o por lujuria, a costa de la vida del honrado cajero de una entidad de crédito, convirtiéndose en el hombre que mató a Liberty Vallance o degenerados en los vulgares uxoricidas que modernamente han dado en llamar maltratadores.

Por eso, estimada señora Directora General, arguyo –y mire que nunca pensé utilizar esta forma verbal- que mi caso no es tan grave y que sólo me considero en riesgo severo de cometer un disparate irreparable en un caso del todo excepcional, como un repentino corte del fluido eléctrico que virtualmente pudiera impedir que concluyese la redacción de la presente car

2 comentarios:

  1. No sé si sentirlo por la estimada Sra.Directora General porque ultimamente le estoy cogiendo una tirria a los cargos solo comparable con la mierda de la cáscara de los huevos de los huevos...desde que todo el mundo es asesor, coordinador, delegado, representante, consejero...casi que no necesito el fortuito corte del suministro eléctrico para encenderme. Paradojas de la vida.

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  2. Lo de los huevos duros es tremendo; a mí también me subleva ese trocito de cáscara que cae en el plato al cascar el huevo y proceder a batirlo para una tortilla; lo del profiláctico se soluciona con una buena vasectomía. Pero realmente los instintos asesinos se multiplican cuando, a las cuatro y media de la tarde, en plena santa siesta, un número oculto llama a tu teléfono para darte un crédito que no has solicitado u ofrecerte un paquete televisivo (adviértase la posisemia) que no tendrás tiempo para ver.
    Espero que el corte brusco de la carta no lo lleve a usted a chirona y que continúe la prometedora andadura de este blog.

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